El encargo es difícil. Se juega en una sola obra, el magro prestigio conseguido estos último años, pues su arte no tiene todavía el suficiente poder, como para afrontar un gran fracaso. Pero se siente vivo, con ganas, ilusionado… y nervioso; un estado no muy habitual en él.
No le preocupa la calidad, ni la técnica de lo que tiene que hacer. Todo esto -como el valor en el ejército- se presupone. De hecho, no es muy importante el hacerlo ‘bien’. Lo que importa es el significado, el mensaje que se tiene que transmitir, la conexión entre el símbolo y el objeto. El resultado.
No le han elegido para que haga una obra de arte. No saben ni que es una obra de arte. Le han elegido porque él es capaz de representar, lo que todos tienen en mente. Él será los ojos y la mano de todo el grupo. En su obra, se vehiculará la necesidad de todos los demás, su hambre, su deseo.
Respira hondo varias veces. Abre y cierra con fuerza la mano para desentumecer los dedos. Tiene que relajarse y concentrarse. Hay tantas cosas que dependen de sus manos, de unos rudimentarios pinceles, de unos colores y de una pared de piedra…
Lentamente, en silencio, humedece la roca y empieza a trazar la silueta de un bisonte.
Es consciente de que la valoración de su trabajo, se hará en función del resultado obtenido, o sea; la caza del bisonte. Valores como la belleza del color, el gusto en el trazo, el movimiento del tinte o la textura de la roca, son absolutamente superfluos. O más bien, son detalles íntimos, valoraciones personales, sensaciones subjetivas. Nadie los tendrá presentes si su obra no consigue que vuelvan los bisontes.
Aunque él, si que los tiene presentes.
Y si vienen los bisontes, tampoco se valorará mucho el posible valor artístico o estético de su trabajo. La tribu dará un poco más de crédito a su mágico don de atraer a los animales, y quizás le pedirán que realice más pinturas de animales, cuando la necesidad y el hambre lo requieran.
Es un ‘don’ importante el suyo. Conseguir comida para todos le convierte en un individuo único dentro del grupo, le diferencia y le produce sensaciones placenteras. Cuando el don funciona, claro. Por todo esto, y porque hace mucho tiempo que no vienen los bisontes, ahora está un poco nervioso trazando el perfil del animal. No quiere fallar.
Le han dejado solo en las profundidades de la cueva.
A nadie le interesa lo que hace, sólo los resultados de lo que hace.
Le protegerán, cuidarán y alimentarán mientras trabaja, pero hay otras tareas que hacer, y si vienen los bisontes, hay que estar preparados.
El hombre, en silencio, sigue pintando. Los dedos sucios de colores. El frío cada vez más agarrado a su piel. Cuencos de barro con brasas, dan luz y puntúan de madera, el aire de la cueva.
Acabada la figura, se aparta un poco de la pared. Quiere observar el conjunto.
El trazado es correcto, el color -húmedo todavía- brilla. La luz de las brasas, altera sombras y tonos, dando a las figuras los esperados hálitos de vida.
El hombre observa su creación. Ahora, no le preocupa si funcionará y atraerá a los bisontes. Está contento con su pintura. La vuelve a mirar, medio-sonríe, sin querer, tímidamente, como extrañado de si mismo. Se avergüenza de su sonrisa, ¿o no?. ¿Por qué sonríe?. ¿Por qué le gusta mirar su trabajo?. ¿ Por qué se siente más vivo al pintar, al oler el humo en las cuevas, al hacer los colores?.
Un pensamiento le viene a la cabeza: le gustaría poder compartir esta sensación, sus dudas y sus experiencias, con otros como él. El frío de la cueva, el humo, el silencio, los colores, los olores, los ruidos lejanos y amortiguados, la magia de la creación y el hambre en el fracaso. Piensa que quizás otra mirada a sus pinturas le ayudaría. Una mirada diferente, que no espere resultados y, con la que pueda compartir experiencias.
Alguien que como él, sepa lo que es pintar con hambre y frío en la oscuridad.
Pero no hay nadie más.
El trabajo está finalizado.
Es hora de salir, volver al grupo, ser uno más, sobrevivir un día más.
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Han pasado 15.000 años y aparentemente, las cosas han cambiado muy poco. Se siguen priorizando por encima de todo los resultados y, la diferencia, solo se acepta en la intimidad o como estrategia comercial.
¿Seguimos igual de solos, pintando con frío en la oscuridad, esperando que las sombras cobren vida, preguntándonos si hay alguien y, olvidándonos en el grupo?.
No.
Hoy, la mirada del otro está aquí. No es necesario dudar entre vivir encadenados en nuestra cueva, o sobre-vivir fuera, porque no hay portal. La sociedad ha entrado en nuestra cueva y no se marchará.
Ya no es aprender a vivir.
Ya no es aprender a sobre-vivir.
Es aprender a con-vivir.
Podemos negarlo. Hacernos un ovillo en el rincón más oscuro, cerrar los ojos y cubrirnos las orejas, buscar una cueva todavía más profunda donde ser. Sin miedo, sin dolor, solos con nuestras sombras.
O podemos exponernos a la vida de los otros.
Esto requiere más valor. Pero si lo que creamos en nuestra privacidad no nos avergüenza; si sabemos ignorar las miradas que no nos interesan y buscar esa otra mirada gemela; si sabemos elegir con quien compartimos y con quien no. En pocas palabras, si jugamos limpio y somos coherentes, no tenemos porque temer a la cultura que viene.
La sociedad tecnológica se come nuestra privacidad, pero nos acerca a la mirada del otro y nos permite crecer más allá de las paredes de la cueva, ir donde viven las Personas; ver más allá de las sombras. Sentir que podemos crecer gracias a los otros, no a pesar de, o por encima de, sino con otras Personas.
Ahora, en el siglo XXI, cuando lo privado se hace público, crear una mentira, implica ser una mentira, porque tu imagen es tu vida y lo que tu eres, una obra en la vida de otros.
Si tu obra habla de ti, procura que hable bien1.
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1Frase original de Oriol Roca. Aunque no me quedó claro si él se refería a la vida, la ilustración, la familia o el sexo