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A lo largo de la historia son muchas las personas que han reflexionado sobre cómo mejorar la convivencia entre los humanos con el loable objetivo de crear una sociedad mejor. Puesto que los humanos somos unos seres sociales los intentos de cambiar la forma en que socializamos han tenido un gran impacto. A veces el impacto ha sido catastrófico. Otras veces las consecuencias han sido aparentemente más positivas. El resultado de toda esta serie histórica de ideas, cambios e iniciativas es el mundo actual. Visto objetivamente y sin querer desmerecer a nadie, es un resultado que deja bastante que desear pues vivimos en una sociedad donde todavía hay mucha injusticia y sufrimiento. A pesar de los esfuerzos y las ideas aportadas por personas muy inteligentes, este mundo no es el mejor posible. Casi todos podemos imaginarnos una versión como mínimo un poquito mejor.
En el siglo XXI seguimos sin haber conseguido la sociedad perfecta, cierto, pero es evidente que comparándonos con cualquier punto del pasado, la calidad de vida de mucha gente ha mejorado mucho; muchísimo. La experiencia y las ideas de tantos grandes pensadores y de mucha más gente «anónima» han permitido mejorar nuestra imperfecta sociedad. Esta capacidad de mejora nos enseña que la sociedad perfecta quizás no la podremos alcanzar, pero mejorar la sociedad actual es factible y podemos ir haciéndolo.
Un mundo mejor
La única verdad absoluta que podemos extraer de nuestra historia de verdades absolutas es que todos se han equivocado; y nosotros no tenemos ningún dato que nos permita aventurar que seremos las primeras personas diferentes. Así que mientras esperamos que aparezca algún genio que nos ofrezca la solución mágica, podemos ir mejorando lo que tenemos siendo muy conscientes de que toda propuesta que hagamos debe ser tomada como una propuesta de trabajo, una dirección o una posibilidad, nunca como un dogma o una verdad absoluta.
Esta pequeña reflexión inicial nos lleva al primer principio político: «yo me equivoco». Un principio que no es una llamada al relativismo sino una llamada a la acción desde la humildad. Aceptando que todos nos podemos equivocar es cuando podemos ver el error y entender la mejora. La letanía detrás de cualquier propuesta político-económica que se formule tendría que ser:
Porque yo se que me equivoco, soy consciente que la acción de los demás es la que puede arreglar mi error.
Porque yo se que los demás se equivocan, soy consciente que mi acción es la que puede enmendar su error.
No tenemos que creernos nuestras verdades, mucho menos las de los otros. Y siendo como somos todos falibles, necesariamente debemos concluir que toda acción debe intentar no tener consecuencias irreversibles y en la medida de lo posible, debe articular otras medidas paliativas o compensatorias por los posibles errores. Pero hay un solo hecho que no admite reversibilidad, ni compensaciones, ni paliativos; la muerte. Por lo tanto, nada justifica la muerte de una persona; segundo principio político.
La política
Estos son los ejes indiscutibles y necesariamente contradictorios sobre los que se construirá toda nuestra propuesta política:
- Nuestra sociedad es mejorable. Hay que actuar
- No hay verdades absolutas. Se debe actuar sin dogmatismos
- La muerte es irreversible. El límite a toda actuación es la vida
Con esta llamada a la acción, desde la humildad de quien no dispone de la verdad absoluta y con el respeto para toda vida, nos acercamos a la formulación de unas propuestas según los pensamientos expresados en el artículo «Persona y sociedad«. Un texto donde se ha detallado la que creemos es la causa principal de los problemas de nuestra sociedad; la dependencia excesiva de las instituciones para gestionar las relaciones en sociedad.
Ahora, respetando los tres principios expresados queremos ofrecer una propuesta de solución para mejorar esta dependencia excesiva de las instituciones.
Instituciones
Estamos tan acostumbrados a su existencia que no nos damos realmente cuenta de su valor pero las instituciones son una de las creaciones más increíbles de la mente humana. En principio una institución es tan sólo una norma que dos personas acuerdan para gestionar algún aspecto de su vida en común. Esta sencilla creación lógico-instrumental nos permite hacer cosas tan simples como jugar a fútbol, ceder el paso o hablar y otras tan complejas como comprar futuros en un mercado de cereales, jugar al «Call of Duty«, pagar impuestos o votar en el parlamento europeo.
Repasemos brevemente que se requiere para establecer una primera y sencilla institución:
- Un ser A con capacidad de abstracción para pensar algo que no existe (normas) y proyectarlo a un escenario de futuro.
- Una vez imaginada esta realidad, el ser A debe tener suficiente empatía para sentir que otro ser B también es capaz de imaginar y de entender su » idea» sin tener ninguna prueba palpable de que el cerebro del otro ser B funcione igual que el propio.
- Los seres A y B han de reconocerse como iguales y conectar para encontrar una manera de transmitir lo que un ser A tiene en su cabeza al otro serB, de modo que lo que se quiere transmitir y lo que el otro recibe sean similares.
- Si la transmisión se produce y la información es interpretada correctamente, ambos seres deberán coordinar y adaptar voluntariamente su comportamiento a esta realidad virtual que de hecho no existe más allá de sus mentes.
Parece difícil pero de hecho casi todos los mamíferos pueden hacer todo esto gracias a una habilidad innata; la capacidad de jugar.
El juego
Jugar no es más que: imaginar unas reglas en un escenario de futuro en el que se incluye al otro, suponer que el otro puede hacer lo mismo, transmitir este escenario y la voluntad de ser partícipe y si es aceptada la propuesta, coordinar un comportamiento en función de este escenario imaginado. La mayoría de las instituciones actuales siguen siendo en esencia un juego. Normas pactadas para actuar de determinada manera en un escenario futuro; otro tema es que el juego sea más o menos divertido.
Los seres humanos -al igual que muchos mamíferos – pueden crear una pseudo-realidad que se extiende más allá del límite de su piel. Son capaces de ponerse «”en la piel del otro» y prever o acordar las conductas en función de unas normas. Esto lo hacen los perros, los monos, los delfines, los gatos, etc. Pero los primeros humanos -a diferencia de muchos mamíferos-, este vínculo virtual lo hicieron tan intenso, complejo y poderoso que amplificó otra capacidad de su cerebro: el pensamiento lógico-racional. O quizás fue al revés, gracias a la capacidad de reflexionar pudieron aumentar mucho la sensación y complejidad del vínculo virtual.
Sea uno u otro, el caso es que interpretando la información que los datos empíricos y las emociones transmitían al establecer un acuerdo, los seres humanos aprendieron a comunicar, memorizar y proyectar. Estas habilidades facilitaron el disponer de un conocimiento social que ayudaba a planificar conductas más complejas. Las instituciones comenzaron a ordenar la vida social. En cierto modo podríamos decir que jugando, la experiencia y conocimiento de las instituciones permitió que del caos natural surgiera el orden social. Aún hoy en día, cuando detectamos en otros animales capacidad de jugar y orden lo entendemos como un primer paso hacia la inteligencia social, e incluso nos da respeto.
La Cultura.
Una vez asumido el conocimiento que permitía adoptar conductas sociales complejas, su propagación entre los humanos fue rapidísima; exponencial. Esta rapidez se debe a que el conocimiento que nos aportan las instituciones no es una habilidad obtenida fruto de una evolución darwiniana sino más bien lamarckiana. Es un conocimiento que se adquiere por observación y empatía. Sintiendo lo que el otro siente, imitando lo que el otro hace, empatizando con lo que el otro desea. No es una evolución biológica ; es mucho más rápida. Por lo tanto no debe extrañarnos que en las primeras sociedades que nuestros antecesores crearon, las instituciones se instalaran con mucha fuerza y al cabo de poco tiempo -a escala evolutiva claro- ya hubiera muchas instituciones activas en todos los grupos humanos.
La gente no piensa en términos de información, la gente piensa en términos de narrativas, cuentos, relatos y la información se transmite incrustada en estas narraciones. Es decir, las personas no protocolarizan las instituciones que les son útiles para poder ser compartidas, la gente construye relatos, se inventa historias que le ayudan a transmitir su manera de ver y justificar su mundo. El incremento de instituciones en los grupos primitivos forzó por lo tanto la aparición de un rico cuerpo de relatos compartidos que determinaban una especie de acuerdo canónico de la sociedad.
Al conjunto de instituciones y a su cuerpo de relatos que nos permite compartir las instituciones es a lo que llamamos cultura. A los seres que se definen dentro de una cultura las llamamos personas.
Y con la cultura retro-alimentando las personas y las personas retro-alimentando las instituciones, en el neolítico se disparó nuestra capacidad civilizadora y el volumen de nuestros problemas.
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