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Confianza y Valores

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De pequeño me gustaba pintar. Cuando tenía un rato libre, es decir casi siempre, cogía mis lápices Alpino, unos papeles limpios y buscaba un soleado lugar, donde sentarme a pintar.

Nunca iba con una idea muy clara sobre que dibujar. Pero cuando alisaba el papel, levantaba la mirada y esgrimía los lápices; el decorado se materializaba ante mi.

Nada, por difícil o fugaz, que fuese, me hacía dudar de mi capacidad para retratarlo: mi pie, las nubes que veía a través de la ventana, una mosca, una mariposa, los árboles, mis juguetes, el armario, las baldosas… Incluso dibujaba de oído: un coche que pasaba, un avión, la fábrica, los trenes, restos de conversación…

Me apasionaba con el dibujar. Tanto me perdía en mi, que a veces no oía a mi abuela acercarse. Ella, obligada a detener la limpieza por mi ausente presencia, chascaba los dedos frente a mi nariz:

¡Clac!

¡Anda abuela, me has asustado!.

Venga, muévete que tengo que barrer. Y deja de fruncir el ceño cuando dibujes.

Y tu deja de decirme siempre lo mismo– respondía yo malhumorado por el brusco retorno.

¡Tu! No me seas respondón, que ya te pareces al abuelo Mirón.- Acostumbraba a replicar ella.

Un día, mientras me levantaba y recogía los lápices, le pregunté quién era el abuelo Mirón. Estaba casi seguro que diría que no era nadie, que era un decir o una broma. Pero ella, observando con cara de fastidio la lluvia de virutas de colores de mis lápices, contestó que Mirón era un antepasado suyo, o sea mío y dijo también, que fue… un famoso escultor griego!.

Roman bronze reduction of Myron's Discobolos, 2nd century CE.Esto ya me sorprendió, mucho. Pero además, resulta que según la abuela, el propio Mirón descendía de otro gran antepasado artista; Imhotep, que pintó los frescos de la tumba de Zoser. «De esto hará unos 4.600 años… en Egipto» apuntó al percibir que empezaba a perderme. Y prosiguió explicando que Imhotep era una estrella más, en una constelación de artistas, cuya descendencia podía seguirse hasta quienes crearon las pinturas de Tassili, en pleno desierto del Sahara, cuando allí, en lugar de viento y arena, florecían las primeras ciudades. «De esto hará unos 6000 años» apunto de nuevo por si había vuelto a perderme.

Yo estaba ya, más que perdido. Inmóvil. Sin parpadear. Aferrado a mis dibujos. Así estaba yo. La abuela, me observó y me golpeó ligeramente con la escoba, para que me apartase.

Al ver que no reaccionaba, apoyó una mano en mi hombro y, con voz grave pero suave me dijo:

Ahora que ya has descubierto que eres descendiente de tan importantes artistas  de la antigüedad, tienes que dar un paso al frente …. y dejar que termine de barrer este rincón.

Copy of rock paintings at Sefar, Tassili n'Ajjer, by Henri Lhote. Currently on display at the Musée de l'homme in ParisNo vi la relación entre una cosa y la otra. Pero puedo jurar, que si note una luz que surgía de la mano de la abuela, entraba en mi hombro,  recorría mi brazo y tras llenar mis manos, se hundía en la historia del arte; conectándome con Mirón e Imhotep, hasta llegar a las manos del primer artista de mi saga; aquel que pintaba en el desierto, en las remotas montañas de Tassili, hace más de 6000 años.

Mis piernas temblaron, mis ojos brillaron, pero yo mantuve la dignidad del momento y no lloré, ni grité… mucho.

Esa noche me costó dormir.

De mañana, todavía con el pijama, cogí mis lápices. Busque ese buen lugar. Me senté sobre las frías baldosas de la majestuosa galería. Me concentre. Abrí los ojos y note un escalofrío de emoción. La ‘Tibesti-connection‘ palpitaba en mi con fuerza, tenia la piel de gallina y el culo helado.

¡Más de 6.000 años! y la línea de luz seguía viva; en mí.

No pude dibujar nada, en toda la mañana.

Ni al mediodía.

Statuette of Imhotep in the LouvreNi por la tarde,…de hecho, nunca más dibujé.

Frente al papel, podía soñar que era digno heredero de mis antepasados. Creer que lo que sembraron brotaría en mi. Pero al iniciar el dibujo, la verdad, insolente, se descubría. No podía ocultar mi trazo inexperto y vacilante a los sabios ojos de mis ancestros. Mi pulso temblaba y nada se me antojaba idóneo para ser dibujado. Me hundía y perdía en la blancura del papel.

Humillado. Sentía la decepción de mis antepasados maestros. Lo que ayer en mi privacidad creaba, ahora, en público, se me antojaba indigno. Al anochecer ya no busque un lugar mágico para sentarme, dejé los lápices y el papel en mi cuarto. Se había roto el vínculo; 6000 años de arte culminaban en mi fracaso. Yo no sería la cegadora supernova, la energía de la constelación que llegaba a su esplendor. Yo era el agujero negro donde toda luz desaparecía. Un agujero negro de siete años, en pijama, con unos inútiles colores Alpino y el culo helado.

Me quede triste.

De la tristeza pasé a la soledad, y tan solo me sentía, que empecé a aburrirme. Así que me encamine al estudio, a exponer mi aburrida cara a la abuela; la culpable.

Creo que ella también estaba aburrida corrigiendo exámenes. Matemáticas si no recuerdo mal.

Vaya, pero quien le ha puesto esta máscara tan triste a mi sol – me dijo al entrar.

The Yorck Project: 10.000 Meisterwerke der Malerei. DVD-ROM, 2002. ISBN 3936122202. Distributed by DIRECTMEDIA Publishing GmbH.Muy aburrida debía de estar. Pero yo no estaba triste; estaba enfadado. Quería mostrarle, lo que de mi habían hecho sus historias. Quería que se sintiese culpable y me pidiese perdón.

Pero no se cómo, una tristeza brotó en mi estomago y me impulsó a correr y abrazarme a sus piernas. Me puse a llorar en su regazo. No, mentira. Lo intente, pero no salió nada. Es igual, entre falsos hipidos, le dije que ya no podía dibujar y que nunca sería tan bueno como mis antepasados.

Mi abuela se hecho a reír. Esto me dolió un poco. Le pregunté si todo era una mentira. Ella negó con la cabeza y dijo que yo, ciertamente, descendía del escultor Mirón. Pero que esto no era importante. Cualquier persona podía otorgarse el título de descendiente de cualquier otra persona de la antigüedad. Quince generaciones bastaban para conectarte con quien quisieras.

Y con una media sonrisa dijo:

Creo que te he presionado demasiado. Lo siento. Tu no le des más vueltas. Si te sirve de algo, piensa que no eres consecuencia de ninguna memoria del pasado, es la memoria del pasado la consecuencia de ti.

Al notar que no había entendido demasiado, repitió que no me preocupase, que no tenia que demostrar nada a ningún antepasado, pues eran todos los antepasados de la humanidad, los que estaban a mi disposición. De mi dependía, a quien escogía para inspirarme. Así que, si cambiar antepasados iba a mejorar mi estado de ánimo, pues adelante, era libre de escoger a otro; por ejemplo a Sócrates.

Mi abuela era muy buena quitando presión a la gente, para hundirlos de un solo golpe. ¡Todo el pasado de la humanidad a mi disposición!. ¡Descender de Sócrates o Cesar o el Rey Arturo!. ¡Yo y con solo siete años! Ahora si que un buen par de lagrimones surcaron mis mejillas.

Pero la abuela, ajena a mi colapso emocional, prosiguió. Elegir a uno u otro, no es más que una cuestión de corazón. De un corazón que tiene que aprender que lo que sentimos y conocemos afecta a lo que hacemos, a como vemos a los demás y a como nos vemos. Has de ser consciente de que lo que selecciones de tu pasado, bastirá tu futuro, porque desde tu presente, eres tu quien rehace el pasado, para que el momento actual, parezca retrospectivamente inevitable.

Según mi abuela, lo importante era comprender que no estamos encapsulados. Que no nos definimos únicamente por el límite de nuestra piel y por lo que ocurre, o se acumula en nuestro interior cerrado inmóvil y racional. Nos inventamos constantemente. Somos parte de una cultura dinámica, de una memoria, de unas emociones, de unos vínculos. Lo que pensamos, creamos, sentimos y proyectamos a nuestro alrededor, es también parte de nuestra propia definición. No podemos escapar a lo que nos inventamos que fuimos, somos y seremos. Pasado y futuro son el vestido que nos ponemos aquí y ahora, para salir a la calle, y aunque no podemos ponernos el vestido que nos de la gana, si que dentro de las posibilidades de nuestro vestuario, podemos vestirnos y combinarlo como más nos guste.

Su moraleja era que tenía que aprender a mirar en el pasado aquello que me ayudase, no aquello que me limitase. Ella decía que no podemos utilizar el pasado para justificar nuestros errores o bloqueos del presente, ni para negarnos ningún futuro. El pasado no es un dogma, es una escuela. Hemos de utilizar el pasado para aprender, trazar nuevos caminos e imaginar otros futuros; es nuestra cultura; somos esa cultura. Cada día, si actuamos sobre nuestra cultura, podemos redefinir nuestro presente y cambiar el pasado y esto nos cambiará a nosotros.

Cuando nos encerramos en nosotros, cuando no salimos de nuestra privacidad, cuando vemos la cultura y la sociedad como algo ajeno y externo; como un simple recurso más, entonces solo nos tenemos a nosotros para sobrevivir. Nos convertimos en lobos solitarios, condenados a una lucha constante, diaria y agotadora; inútil y finita.

Al final del día, sólo seremos un día más viejos. Y este día no podremos alargarlo, por muchas cosas que queramos hacer. Pero la cultura que cada día creamos, y las emociones que en ella compartimos con otras personas, no conocen límites y pueden hacernos eternos. Solo en los demás es posible vivir como persona, sólo en los demás alguien puede ser eterno.

La abuela ya hace tiempo que murió, pero sus ideas siguen en mi.

Jacques-Louis David, The Emperor Napoleon in His Study at the Tuileries, 1812, National Gallery of Art, Samuel H. Kress Collection Ahora quiero construir una nueva Europa; para las personas. Y en el pasado de Europa, busco aquello que me ayude a crear un mundo mejor. Rechazo a los héroes y patriotas, las victorias y derrotas militares, las banderas y los derechos históricos. Rechazo todo aquello que ha llevado a los Europeos de un rincón, creerse superiores a los del otro rincón, rechazo todo aquello que nos limita y nos conduce al conflicto.

Pero en mi memoria no olvido las guerras y los monstruos que todos los países han generado. No olvido que los campos de exterminio los limpiaban dulces madres, que los empresarios más crueles del s. XIX se emocionaban con un cuadro o un poema, que la esclavitud permitió la Atenas de Sócrates, que la sangre de las colonias embelleció nuestras ciudades, que la explotación de otros sufragó nuestra sociedad del bienestar, que el mercado nos esclaviza pero nos empuja a ir siempre un paso más allá.

De nuestro pasado aprendo que no somos ángeles ni demonios. A veces somos ángeles, a veces demonios. Y en la capacidad de poder distinguir un estado del otro, y en la posibilidad de actuar en función de uno u otro estado, intuyo la clave de nuestro futuro éxito como Europa. Ser conscientes de que todos podemos ser demonios, nos permite volver a mirar la historia e incorporar la confianza en nuestras sociedades. Ser conscientes de que a veces somos ángeles, nos permite apostar por los valores.

Y con Confianza y con Valores es como construiremos la nueva Europa.

No hemos de cambiar el antiguo orgullo nacional de ser catalán o español o francés, por un nuevo orgullo nacional de ser Europeo. No necesitamos este tipo de orgullos nacionales. Nadie ha podido decidir donde nacía, ni si su familia era rica o pobre, ni tampoco que lengua materna tendría. Nada de esto depende de uno mismo. Por lo tanto, el haber nacido en Paris, o el hablar español o el tener unos padres millonarios no tiene ningún mérito. Lo que si que depende de uno mismo es el negociar con los propios demonios, el confiar en los otros, el vivir con unos valores y cuando te equivocas, aprender del error y seguir adelante, esto si que tiene mérito.

Que en Europa tengamos grandes universidades, potentes empresas, una gran historia de artistas y pensadores está muy bien, y es necesario, pero lo que hará que estemos orgullosos de ser europeos, es el saber que la actuación de Europa, como Gobierno, nos enorgullece y nos representa, porque su actuación en el mundo, es un reflejo, más o menos intenso, de los valores y tipo de relaciones que guían nuestra vida y de la cultura que compartimos.

Al fin y al cabo, la coherencia en nuestros actos y en nuestras ausencias es los que nos enorgullece o avergüenza y esto es lo que tenemos que exigirle al gobierno de Europa una conducta con valores, una coherencia que nos permita confiar en que, entendamos o no una determinada política, esta será llevada a cabo con respeto a unos valores que compartimos.

Europa ha de ser el ejemplo de que otro mundo, es posible. Un mundo donde lo importante sean las personas, el entorno donde viven y su libertad de ser diferentes y donde las instituciones, todas, estén al servició de las personas y no al revés.

Ahora es solo un sueño, pero que a medida que vayamos construyendo nuestro presente, este sueño se irá haciendo realidad, porque encontraremos pasados, que nos ayudarán a caminar hacia este nuevo futuro.

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