Privado, control, público, Cultura Exterior
Si en mi casa me encuentro un papel en el suelo, y no me gusta tener esa pequeña basurilla allí, tengo la opción de recogerlo y tirarlo a la papelera o, de pagar a alguien para que lo recoja y lo tire a la papelera. También puedo esperar a que el papel se vaya solito a la papelera o, quejarme al gobierno porque hay un papel en el suelo de mi piso o, esperar que alguien venga a verme y se lleve el papelito, o pensar que, puesto que el papel no me ha caído a mi, si yo no me fijo mucho, la basurilla ‘motu proprio’, desaparecerá, o incluso puedo dejar de pasar por esa parte de mi casa para no ver el papel si este me molesta tanto.
Yo soy libre de hacer lo que quiera, pero las dos opciones más prácticas, y con esto quiero decir, la manera de actuar que resolverá antes el problema de que desaparezca la basura, son, o lo recojo yo, o pago a alguien para que lo haga.
En general, en la privacidad de nuestras casas, todos optaremos por una de estas dos opciones. Las otras opciones las consideramos tan ridículas que si conocemos a alguien que las escoge como factibles, dudaremos con razón de su estabilidad mental.
Curiosamente, cuando pasamos del ámbito privado al espacio público, las dos opciones más prácticas y realistas, son las que descartamos más rápidamente. En cambio, pensamos que las otras, las que en casa nunca aplicaríamos, son más prácticas. Así, si hay un papel en la calle, la inmensa mayoría de la gente no lo recogerá, ni mucho menos se planteará pagar de su bolsillo a alguien para que lo recoja, que es lo que haríamos en casa.
Lo que la mayoría hará es:
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Esperar a que desaparezca ‘motu proprio’.
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Quejarse al gobierno.
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Confiar que otra persona se lo lleve.
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No fijarse en el papel.
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Si le molesta mucho, ir por otra calle.
Pero ¿que diferencia mi espacio privado, por ejemplo el comedor que hay detrás de la fachada de mi casa, de mi espacio público, por ejemplo la calle o el parque que hay delante de la fachada de mi casa?. ¿Qué provoca que el grosor de una pared de 40 centímetros transforme un comportamiento absurdo, en uno perfectamente lógico y otro perfectamente lógico en uno absurdo?.
Si preguntas a las personas la razón de este absurdo comportamiento la explicación unánime es muy simple: Mi casa es miá (ergo un espacio privado del que yo soy el responsable) y lo que hay fuera de mi casa no es mio (ergo un espacio público del que yo no soy responsable).
Pero esta clara diferenciación que las personas hacemos, no está tan clara, pues usamos ambos espacios continuamente, pagamos por ambos espacios (ya sea directamente o vía tasas), el mantenimiento de ambos espacios también corre a nuestro cargo, compartimos el espacio con otras personas, somos responsables de lo que ocurra en ambos espacios ya sea directamente en el ámbito privado o por delegación en el ámbito público.
¿Cual es entonces el elemento diferenciador?.
El control.
En mi casa yo tengo la potencialidad de controlar lo que ocurre en ese espacio, en un grado mucho mayor que en el espacio público. Si vivo sólo en una casa de propiedad, con mucho dinero y aislado, tendré la potencialidad de ejercer mi control de una manera más precisa, en cambio si vivo en un apartamento de alquiler, con pocos recursos, con una familia numerosa y los abuelos en casa, mi potencialidad para ejercer el control de mi espacio privado será menor. Pero en ambos casos, yo soy libre y consciente del control que puedo ejercer dentro de unos límites, se como puedo modificar esos límites y, puedo incluirlos dentro de mi marco de previsión de futuro, es decir, puedo preveer que cosas tendré que hacer, o que ocurrirá, en función de mis deseos y necesidades. Conocer el potencial de control me permite hacer una aproximación al grado de libertad que tendré, y al grado de seguridad que conseguiré en la planificación, según mi visión de futuro. No es garantía de nada, pues siempre puede caer un meteorito sobre mi casa justo después de barrer o puedo yo morirme en cualquier momento, pero, dentro del marco de previsiones de futuro que yo aceptó para mi vida, este tipo de control, más alto o más bajo, me es suficiente.
Por ejemplo, si veo que mi casa está quedando sucia, y quiero tenerla más limpia, puedo valorar los recursos de que dispongo (tiempo, dinero, amigos, familia, empresa, etc) y en función de estos recursos y, el estado futuro al que me gustaría llegar (casa limpia y ordenada) , hacer una previsión de que recursos puedo invertir, para lograr el objetivo. En otras palabras, busco la correcta proporción entre, a que parte de mi libertad para hacer otras cosas, puedo renunciar, y que garantía de seguridad acepto de que las cosas sucederán como yo las he planificado, para lograr mi objetivo. Si no tengo recursos económicos, tendré que dedicar más tiempo a barrer o, convencer a los otros miembros de la familia para que me ayuden. Renunciare, o más bien invertiré un tiempo que tenía para hacer otras cosas, para realizar esta tarea en concreto, el barrer, que asumo que será positiva para mi vida, pues me proporciona una casa más limpia. Si tengo dinero de sobras, entonces podré contratar un servició de limpieza. Renunciaré o invertiré una parte de mis recursos económicos, para conseguir algo que considero que mejorará mi vida; una casa más limpia.
Obviamente, cuanto más tiempo, amigos o dinero invierta para conseguir mi propósito, más certeza tendré que mi objetivo de futuro; ‘la casa limpia’, será una realidad, pero tampoco es questión de que invierta todos mis recursos para conseguir este objetivo pues mi marco de previsiones de futuro está compuesto de muchas otras cosas más y cada una de ellas requiere su correspondiente inversión de libertad.
Espacio Público
Ahora bien, cuando atraviesas los muros de tu casa y entras en el espació público, te encuentras que estás en un espacio que también es tuyo, que utilizas y necesitas, que también te gustaría tener bien cuidado y arreglado, que también pagas para su uso y mantenimiento, pero sobre el cual tienes un control muy difuso, no es que la potencialidad de controlarlo sea baja o alta, sino que es difusa. Realmente no puedes incluir ese espacio en tu marco de previsión de futuro, porque no sabes que tendrás que hacer, ni cuanto tiempo o recursos te llevará pasar del estado actual (sucio y dejado) que no te gusta, a un estado futuro (limpio y cuidado). Quizás enviás una carta al ayuntamiento y reaccionan y te dejan la calle perfecta, o quizás tendrás que demandar a la administración y después de perder tiempo y dinero no conseguirás nada.
El problema del espacio público es que su control es difuso. Y por lo tanto, como no puede entrar en la lógica del marco de previsión de futuro de las personas, se deja en el limbo de lo imprevisible. Si está sucio, alguien, o algo ya lo arreglará y alguien o algo ya se encargará de controlarlo. Para tranquilizar un poco nuestras conciencias, convertimos ese ‘algo’ en la administración, convirtiéndola por lo tanto, en un ente exógeno a nosotros, sobre el que no tenemos control, ni del que no nos sentimos responsables por su negligencia. Cuando de hecho, la administración, tendría que ser una extensión pública del yo de cada persona.
Pero en esta actitud de renunciar al espacio público hay un grave problema. El espacio público, es parte del espacio privado de cada persona; es parte de su cultura exterior; es parte de su ser y por lo tanto literalmente le define y conforma.
Si yo estoy en mi casa, sentado en mi sofá, leyendo mi libro, con una suave música de fondo que he comprado hoy, sonando en mi equipo de música, utilizando mi lámpara, con la luz que yo pago, con la visión frente a mi de mis cuadros y el color que yo he aplicado a la pared, con esa ventana con esas preciosas plantitas que yo he puesto y las ventanas ligeramente abiertas, según mi voluntad, para que entre un poquito de aire. Es decir, si estoy tan a gusto en mi espacio privado, con todos estos elementos que me definen y son parte de mi, bien armonizados y bajo mi control. No puede ser que entonces el árbol muriéndose que también veo por la ventana, el bloque de pisos gris asqueroso que hay frente a la casa, el ruido de coches que se oye, el aire contaminado que entra por la ventana, la calle sucia que veo frente a mi portal, las broncas del vecino que oigo a través de la pared, el parque abandonado frente a la casa y todos los elementos que están más allá del muro de mi casa, ya no sean parte de mi, ni me definan y condicionen; que no existan.
Cultura Exterior
Lo que cada persona es, se extiende más allá de los muros de su casa y renunciar a esa parte de nuestra persona es directamente empobrecer lo que somos y lo que podemos hacer. Pero es también obvio que es complicado vivir con una parte de tí, de la que tienes un ‘control difuso’. No es imposible ni mucho menos convivir con el ‘control difuso’ y todos, en mayor o menor medida, sabemos vivir con estas incertidumbres. El simple hecho de irnos a vivir con otra persona, directamente nos coloca el ‘control difuso’ en nuestra vida. Pero la situación de ‘control difuso’ en la que nos situamos cuando compartimos nuestra vida con alguien, la intentamos pautar de algún modo, para que entre en nuestro marco de previsiones de futuro, ya sea casándonos, jurándonos fidelidad eterna, asegurando que nunca priorizaremos el fútbol a nuestra pareja, convirtiéndonos en una familia con hijos, etc. Aceptamos que no podemos controlarlo todo, pero intentamos meter esa situación de ‘control difuso’ en una caja, lo privatizamos y hacemos nuestro, para que en la medida de lo posible, podamos preveer y seguir actuando sobre nuestra vida.
Esto no es fácil y conlleva muchos problemas. Algunas personas no aceptan que pueda haber en sus vidas, ningún elemento de ‘control difuso’, no lo quieren entrar en su privacidad y, lo evitan alejándose de este tipo de elemento o, intentan someterlo a un control tan duro que elimine su componente difuso, o pretenden meterlo en cajitas tan pequeñas que no lo noten en sus vidas. En el otro extremo, tenemos personas que se meten ellas mismas en la caja del ‘control difuso’, renuncian a su privacidad y se quedan sin capacidad de trabajar en su propio marco de previsiones de futuro, están a merced de la voluntad o las circunstancias de otros. Entre uno y otro extremo nos situamos la mayoría de personas.
Con esto quiero indicar que no es fácil convivir con el ‘control difuso’, pero que no es tampoco un elemento extraño a nuestras vidas. Reconocemos su existencia y sabemos que, si lo privatizamos, es decir, si lo integramos dentro de nuestras vidas de una manera que admitamos sus límites difusos, pero tengamos el suficiente control para integrarlo en el conjunto, podemos seguir construyendo nuestro marco de previsiones de futuro, podemos seguir adelante con nuestras vidas con el grado de libertad y de seguridad que necesitemos.
Privatizar lo Público
Volvamos tras esta vuelta, al Espacio Público.
El Espacio Público es parte de nosotros, es parte de nuestra cultura exterior y por lo tanto, nos define y nos conforma. El espació público, si está sometido a un ‘control difuso’, no podemos encajarlo en nuestra previsión de futuro, a no ser que lo privaticemos. Esto implica, adoptarlo para definir claramente en que espacio dejaremos que se muevan sus límites difusos y donde empezará nuestro control. Hemos de pactar que parte de nosotros le cedemos (a que libertad renunciamos) y como lo controlamos (que seguridad deseamos obtener).
Aunque quede un poco frió, básicamente es lo mismo que hacemos con nuestra pareja, amigos, hijos, etc. Es un juego de equilibrios entre libertad y seguridad, pero es en la justa proporción de este equilibrio, donde se juega en parte la calidad de nuestra vida emocional y nuestra vida pública.
No podemos por lo tanto, seguir dejando el Espacio Público en manos de una administración que no nos permite adoptarlo. y encajarlo dentro de nuestro marco de previsiones de futuro. Tenemos que privatizar nuestro espacio público para someterlo al control de las personas que viven en ese entorno. Y estas personas han de encontrar la justa proporción entre los recursos que quieren invertir y la seguridad dque deseen tener de conseguir un resultado que mejore su calidad de vida.
En el entorno local, todo, por lo tanto, nace de sus ciudadanos y es parte de su privacidad. La administración es una ayuda y un vínculo con la administración Supralocal, pero solo tiene un poder delegado o contratado por los habitantes. Mientras los habitantes de ese entorno, se muevan dentro de la Norma Fundamental de ese estado, ellos son responsables y soberanos en su actuación, pues no hay límites entre las personas y su entorno.
Tomando el símil de una empresa cooperativa. Los habitantes de un entorno son socios de ese entorno. Dictan las normas que rigen su convivencia, disfrutan de los beneficios que ese entorno pueda generar y, contratan los servicios que puedan necesitar, pero también son responsables del mismo y tienen que responder de su buena calidad y mantenimiento, ante el resto de la sociedad.