Tras comentar los cuatro principios nucleares, he detallado a continuación lo que considero son los puntos claves que tienen que fundamentar cualquier posterior desarrollo de un plan pedagógico-educativo.
Pedagogía y Política
Pedagogía y política están muy vinculadas y por lo tanto, antes de tratar el tema pedagógico, hemos de tener un acuerdo político sobre que tipo de ciudadanos queremos en Europa. No se puede discutir como será el molde de una escultura, si todavía no hemos decidido que escultura queremos hacer.
¿Qué queremos que nuestros hijos sean de mayores en la sociedad europea?. Es la pregunta clave a responder.
La respuesta que puede parecer obvia: ‘Que sean felices’ es una respuesta valida pero muy incompleta, por ejemplo, una persona completamente drogada puede sentirse muy feliz y, dudo de que alguien desee para nuestros hijos una sociedad donde todos estén drogados.
Responder bien a la pregunta requiere que lo que desee para mis hijos y para la sociedad, sea coherente y que mi voluntad no sea únicamente la de trabajar para la educación de mi hijo, sino que en paralelo actue para la educación en la sociedad de mi hijo. No puedo únicamente centrarme en la cultura interna de mi hijo y descuidar su cultura externa. Si actúo así, me encontrare que mi hijo, tras su periodo formativo, quizás aterriza en una sociedad con unos valores que no se corresponde con los valores que el ha adquirido y, con unos conocimientos que no son requeridos por la sociedad en la que tiene que integrarse.
Trabajar para la educación en la sociedad no significa que tengamos que meternos todos en política o, en organizaciones sociales para cambiar el mundo. Trabajar para la educación en la sociedad, significa que nuestros hijos vean que la educación y los valores que están recibiendo en la escuela son compartidos por sus padres, porque son los que guían su comportamiento en sociedad. En la escuela los niños los aprenden y, con la actuación coherente de sus padres, los niños incorporan ese conocimiento y esos valores a su cultura interna.
Lo que aprenden es bueno y útil porque sus padres es lo que hacen para mejorar y vivir mejor en la sociedad. Un ejemplo muy simple y sencillo: si en la escuela le enseñan al niño a no tirar papeles al suelo, pero sus padres no tienen ningún inconveniente en tirar papeles en plena calle, el niño no incorporará lo que la escuela le enseñe y, se desacreditará a los padres o a la escuela. Malo en ambos casos. El ejemplo del papel puede parecer obvio, pero pensemos en los emigrantes, o en la meritocracia, o el espiritu competitivo, o la igualdad o el respeto a la diferencia o tantos temas en los que muchas veces, diverge profundamente lo que enseñan al niño en la escuela, de lo que luego oye en una cena familiar.
Es normal pensar que los pequeños detalles que guía nuestra vida no van a cambiar la sociedad y que, siguiendo con el ejemplo, aunque el niño aprenda a no tirar papeles por la calle y vea a sus padres no tirar papeles en la calle; el niño verá que en las calles hay papeles que otras personas han tirado y, por lo tanto, se dará cuenta de que lo que le enseñan en la escuela, quizás se vea reflejado en la actitud de su familia, pero no es coherente con la sociedad.
Esto no es ningún problema porque lo niños no son tontos y saben que ni sus padres ni la escuela van a cambiar el mundo. Lo que los niños necesitan es un entorno claro y definido y, esto si que lo proporcionan padres y escuela. La sociedad quizás no actúa como los padres y la escuela desean, pero si al niño se le explica la razón del porque de la actuación, incorporará sin problemas esta actuación porque la escuela y los padres (en general) son sus referentes y esos referentes son coherentes y le definen un espacio de actuación claro. Ver que otros no actúan igual, le será además útil en muchos otros aspectos y le ayudará a crecer sin desacreditar a sus referentes.
Pensar que queremos que nuestros hijos sean de mayores en la sociedad implica preveer que marco de posibilidades de futuro será bueno para ellos en la sociedad en la que van a vivir. Trabajar y prepararlos con un conocimiento y unos valores que encajen en ese marco de posibilidades de futuro que tenemos ‘in mente’ es el regalo más importante que haremos a nuestros hijos. Que sea el mejor regalo o una pesadilla para nuestros hijos dependerá en gran parte de nosotros.
Podemos diseñar los planes pedagógicos que consideremos más apropiados, pero si la pedagogía se separa de la política y, nuestra actitud en sociedad no se ve reflejada en la política, ni en la pedagogía, la educación que demos en las escuelas no tendrá relación con la sociedad y será directamente un fracaso
La Escuela en Sociedad
La escuela tiene que estar integrada en la sociedad. Si se hubiese aplicado el primer punto, es decir, que hubiese habido una reflexión político pedagógica que hubiese guiado en paralelo la política y la pedagógica y, la escuela pública fuese el resultado de esta doble visión, este segundo punto sería superfluo. Pero puesto que política y pedagogía no han ido de la mano y, mientras esto no se produzca, hemos de procurar que la realidad de la escuela y la realidad de la sociedad sean relativamente parecidas y no divergentes y, si no es posible, como mínimo que los estudiantes sean conscientes de estas diferencias.
La escuela ha de facilitarle al niño experiencias de comprensión del mundo y, por lo tanto, de integración en el mundo. No es necesario compartir o introducir los valores de la sociedad que no nos gusten en la escuela, simplemente porque son comunes en la sociedad, pero si que tenemos que facilitar este conocimiento a los niños y facilitarles herramientas para que sepan defenderse o convivir con estos aspectos negativos.
Esto puede parecer obvio pero no es así. De hecho es típico que no sea así. Por ejemplo: un niño o un adolescente, puede hacer un comentario coherente con los valores que ha aprendido en su escuela acerca de una noticia que oye en televisión y la respuesta mental de muchos adultos es ‘que has de saber tu criatura, cuando acabes la escuela ya te enteraras de que va la vida’. Esta respuesta interna puede ir acompañado de una sonrisa de cariño y un abrazo protector, por mor de la ignorancia e inocencia de los niños/jovenes o, de una media sonrisa sarcástica de desprecio y una colleja para que se calle hasta que crezca y no sea tan ignorante. Entre estos dos polos; todas las posibilidades, pero en todos los casos, el fondo es el mismo: en la escuela educan a los niños para vivir en una país de fantasía, que no tiene nada que ver con la realidad que se encontrarán cuando salgan y pisen ‘el mundo real’.
La escuela se posiciona contra la sociedad y fomenta esta percepción de educación inútil, cuando ignora la realidad y se preocupa más de mantener intacto el infantilismo del alumno que de proporcionarle las herramientas indispensables para la competición social a la que inevitablemente ha de enfrentarse o, cuando ignora en su programa educativo valores como el esfuerzo, la jerarquía, la competencia y la selección meritocrática que, aunque quizás no nos gusten, son los que se encuentran las personas en su vida diaria. Lo que es normal en la vida no puede ser ignorado en la escuela. Ha de ser conocido y trabajado, aunque solo sea para que el alumno pueda intentar cambiarlo.
La escuela nació con la intención de relacionar y hacer de puente entre el niño, criado en la familia, y los ciudadanos, criados en sociedad. Por lo tanto, la escuela no puede ser un lapsus, un teatro de sueños y frustraciones, que genere ilusos actores que la sociedad re-educara a la brava, sino un puente que aporte mejores ciudadanos a la sociedad, ciudadanos preparados ya para incidir en la sociedad con su sola presencia.
Si la escuela no comparte, ni cree positivo que sus alumnos tengan determinados valores comunes en la sociedad, lo que ha de hacer es mostrar esos valores y mostrar el porque no comparte esos valores, pero no puede simplemente esconderlos y convertir a sus educadores en ‘mamas gallinas’ con los polluelos siempre escondidos y protegidos bajo sus faldas.
Tu escuela. Mi escuela.
No sólo hemos de trabajar en la teórica de la pedagogía/política y en la acción en la sociedad. La escuela que escogemos tiene que ser el punto de unión de estas dos concepciones, la manera como yo actúo en sociedad y la manera en que yo quiero que sea la sociedad.
Hemos de asumir que la escuela de nuestro hijo es también nuestra escuela y en ella hemos de ver reconocidos nuestros valores, objetivos y aspiraciones. Tus hijos han de sentir que están en esa escuela porque tu valoras esa escuela como el mejor lugar para ellos, dentro de las inherentes posibilidades de cada uno, y tu vas por lo tanto, a implicarte en la escuela para que eso siga siendo así. Si tu valoras y respetas la escuela ellos también lo harán. No tienen que sentir que están en esa escuela como podrían estar en cualquier otra.
Esta manera de actuar está bastante establecida en las personas con fuertes creencias religiosas. Estas personas actúan en sociedad según sus convicciones religiosas, trabajan o desean una sociedad acorde con sus convicciones religiosas y apuntan a sus niños a escuelas donde la línea educativa y los valores sean lo más parecidos a sus propios valores y a sus objetivos de sociedad.
Se puede estar más o menos de acuerdo con estas personas, y yo personalmente estoy en absoluto desacuerdo, pero al menos para el niño, el todo es coherente. Lo que aprende en la escuela, lo ve reflejado en la actuación de sus padres y en el tipo de sociedad que sus padres desean y, también ve como los padres están orgullosos de su escuela y cuidan de que la escuela no se separe de la línea educativa basada en esas convicciones religiosas que ellos defienden. Para los padres esa escuela es un punto básico en la educación de su hijo y no un trámite o un parking para unos años.
Por ejemplo, unos padres del Opus Dei, aunque la escuela del Opus Dei esté lejos y sea más cara, intentarán que sus hijos vaya a esa escuela y, si lo consiguen, estarán orgullosos de haberlo conseguido. Lo mismo puede ocurrir con los padres con fuertes convicciones musulmanas, judías o protestantes. Todos ellos intentarán que sus hijos puedan acceder a esas escuelas que los padres desean, porque ven reflejadas en esas escuelas, su propio ideal de sociedad y su manera de actuar en sociedad y esta coherencia es básica para ellos.
El hecho de que estas escuelas ultra-religiosas se guíen por unos valores y unos principios que sólo sirvan para ‘fabricar’ futuros talibanes católicos, protestantes, judíos o musulmanes o, se preocupen más en crear redes de intereses que en mostrar valores más humanistas y altruistas es un grave problema para la sociedad, pero no es un problema educativo y, en todo caso, la resolución del problema empieza analizando porque existen esos padres con esos valores, no porque existen esas escuelas que lo único que hacen es satisfacer una necesidad de los padres.
Fuera del ámbito religioso-fundamentalista, también podemos encontrar alguna escuela laica o no fundamentalista religiosa, que responda a las necesidades de una tipología de padres y que sus valores y principios rectores sean muy similares a los de los padres de sus niños y, encajen en la sociedad en que viven, la manera en que viven esa sociedad y sus deseos de futuro para la sociedad.
Acostumbran a ser escuelas caras y elitistas, centradas en una población de clase my alta o alta, de ideología de centro o centro derecha. En esas escuelas los alumnos sienten que su educación es una prolongación de la educación de sus padres, que los está preparando para integrarse y tener éxito rápidamente en el tipo de sociedad en la que viven. Escuela y padres trabajan paralelamente para el futuro éxito del hijo en su tipo de sociedad.
Pero como ya he dicho, son pocas y caras.
¿Para el resto de sociedad europea qué hay?. ¿Para el 90 por ciento de la población europea que va a las escuelas públicas que posibilidades ideológicas y de excelencia se le ofrecen?
Antes las escuelas podían reconocerse en unos principios ideológicos o unas bases que las guiaban. Desde la paideia griega, pasando por la educación escolástica, la humanística, el naturalismo pedagógico o la educación socialista, en la mayoría de casos era relativamente fácil conocer las bases de la escuela y por lo tanto conocer sus objetivos. Pero desde que a principios del sXXI se ha ido imponiendo definitivamente una educación basada en la libertad del educando y no en el concepto de sociedad, se han perdido las referencias. La ideología global desaparece para centrarse en el receptor de la educación; el niño y, por lo tanto, se empieza a recorrer a unos principios amplios y no criticables que se aplicarán a todos los niños.
El profesor o la ideología pierden su centralidad y se transforman en unos entes más o menos intercambiables cuya función es incentivar que el niño aprenda a conocer. Con unas dosis de psicología añadidas a la pedagogía y unas técnicas estándar para teóricamente incentivar este camino que el educando ha de iniciar, los profesores se convierten en un elemento de apoyo y guía en el aprendizaje y no en un vector de transmisión de información.
Esto tiene partes positivas, pero uno de los elementos más perjudiciales de esta teoría es que puesto que el profesor es un elemento de apoyo y guía de los alumnos, para que éstos puedan encontrar las soluciones por sí mismos, los profesores se posicionan fuera de cualquier posibilidad de ser evaluados. Si el alumno no progresa no es culpa del profesor, el es solo un apoyo. En todo caso, el alumno tendrá que ir a unas clases especiales de refuerzo o a un psicólogo para que averigüe que le ocurre, pues el considerar que el profesor es malo, está fuera de toda consideración. Todos los profesores son iguales y todos aplican las mismas directrices.
Para una parte de la población, la escuela es entonces como la televisión. Mantiene ocupados a sus hijos una horas del día, en todas partes es más o menos igual y sus principios o valores son lo suficientemente amplios y poco definidos para que no molesten a nadie. Ningún problema.
Pero los padres que no son religiosos, ni tienen un alto poder adquisitivo ni comulgan con la idea de escuela/televisión, encuentran el panorama deprimente, pues no tienen la posibilidad de escoger la mejor escuela para sus hijos según sus propios principios y valores de excelencia, ya que estos principios y valoraciones de la excelencia, no se consideran unos hechos relevantes en la definición de la escuela, ni en la evaluación de los profesores. La educación ya no se escoge sino que es un mantra, o una especie de rito pasaje por el que todos los niños han de transitar.
Escoger implica que hemos de poder distinguir de alguna manera una escuela de otra escuela y conocer sus valores, objetivos, línea docente y sobretodo profesores. Datos que por ahora son muy difíciles de conseguir en muchos países europeos. Como ya he indicado, todas las escuelas tienen unos programas muy parecidos, afirman defender unos valores muy similares, aseguran seguir una metodología educativa muy parecida y sobretodo, ocultan a sus profesores.
Si no se puede escoger, ni evaluar lo que hacemos es convertir los profesores en grises burócratas y la calidad e idoneidad de la escuela en una mera cuestión de suerte.