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Cultura Exterior 2ª Parte La Comunidad

 OikoumeneComunidad –  Relacionarse – Sobrevivir – Vivir – Convivir

 

La Casa de Dios

Al aplicar la iglesia a toda la Europa Cristiana un modelo parecido de sociedad, en cierta forma se creó una nueva Ecúmene en Europa. El ‘otro’, el enemigo, pasó a ser el no cristiano y, puesto que el cristiano está hecho a semejanza de Dios, todo lo que no se pareciese a la idea de ‘cristiano’, también era visto como enemigo o, como mínimo; inferior y por lo tanto, sujeto a la voluntad del cristiano. Esta visión de superioridad, no sólo se aplicaba a otras razas; los animales y la naturaleza en general, pasaron a ser consideradas como elementos y fuerzas a ser conquistadas, sometidas y explotadas.

Pero el que uno se crea superior, casi nunca ha sido garantía de que efectivamente sea superior. De hecho, la realidad de la alta Edad Media mostraba a los creyentes habitantes de Europa todo lo contrario y esto debía ser muy frustrante. Los cristianos recibían tales dosis de realidad en forma de mazazos, cada día, desde todos los lados, en casi todas partes de Europa, que el sentirse superiores exigía realmente mucha fe. La Ecúmene cristiana estaba en inferioridad frente a la fuerza y poder de los no-cristianos (musulmanes, hungaros, eslavos, vikingos, paganos, etc) y también frente al poder de la naturaleza; los inmensos bosques europeos dificultaban la relación entre los pobladores de Europa y ampliaban la percepción de peligro inminente a pocos metros de los lindes de los pueblos.

Puesto que era obvio que, en el plano terrenal, los cristianos no eran la fuerza más poderosa, el sentimiento de superioridad respeto a los otros se volcó en el plano espiritual. Los cristianos eran mejores y superiores porque eran cristianos. Tan sólo con aceptar la fe en Dios, ya eras superior, incluso si eras la persona más pobre y miserable de la tierra. Como idea de marqueting era excelente, y obviamente tuvo un gran éxito en esa época de inseguridad y falta de poderes claros, definidos y efectivos.

La fe

Creer en Dios implica que no puede haber ningún concepto más allá. Dios no tiene superior y por lo tanto, cualquier pregunta siempre va dirigida en última instancia a él; no hay nadie por encima de Dios. Es la última instancia en todo; es la verdad. En consequencia, el derecho Natural Clásico posicionó al hombre directamente en una situación de dependencia. Como indica A. Bordoy en ‘Les formes de Govern Lullianes’: “El Derecho Natural Clásico, supone la destrucción del individuo autárquico que es capaz de entender y calcular cual es la mejor forma en la que quiere expresarse y vivir, creando un individuo que no puede pensar por si mismo y que requiere un interprete de la palabra del Señor”. 

Fue el sentimiento de comunidad cristiana y de dependencia lo que agrupo a los pobladores de Europa y fue este sentimiento sumando a la percepción real de peligro que les rodeaba, lo que ayudo a fundir las pocas tendencias al individualismo y a la búsqueda de la identidad propia heredadas de Roma que todavía quedaban y, fraguo una sociedad comunal y solidaria, donde no tenia cabida ‘el diferente’. Aunque ahora “el diferente” no tenia que estar situado necesariamente en una localización geográfica precisa, fuera de los límites de un reino o imperio. Al ser una Ecúmene espiritual, la geografía no era algo que determinase pertenencia o no. Podían existir cristianos en otros reinos no cristianos y de hecho se incentivaba su conversión e infiltración, pero los otros, también podían fácilmente infiltrarse en la comunidad. ¿Cómo distinguías si otra persona era cristiana o no?.

Era necesario por lo tanto vigilar al vecino, tanto como se vigilaba la frontera, pues tan enemigo era el infiel musulmán, como el vecino hereje, el mercenario pagano, el prestamista judío, ese vecino raro que no parecía dar muestras muy claras de su fe en Dios o la mujer que no respetaba las normas. Pertenecer a la Ecúmene no era un acto pasivo; implicaba una activa actitud de vida en comunidad y de compromiso para demostrar la fe en el Dios Cristiano y en las directrices de sus servidores en la tierra; la Iglesia Católica Apostólica Romana

La Comunidad

Como explica G. Duby en «Europa en la Edad Media», la sociedad en aquel tiempo creía firmemente en la solidaridad de la responsabilidad colectiva. Tanto en el bien como en el mal. Cuando un villano cometía un crimen todos sus vecinos se sentían manchados. Este sentimiento de comunidad no era sólo característico de la sociedad como grupo, sino que permeaba todos los ámbitos de la vida de las personas, incluso la familia era entendida de una manera diferente. Las familias eran instituciones extensas que incluían familiares en diverso grado de parentesco, viviendo todos en un mismo espacio con poca o nula privacidad.

Este modo de vida no se elegía por placer; agruparse era una estrategia de supervivencia, en un mundo percibido como hostil y peligroso y encajaba dentro del modo de vida que las instituciones de la nobleza y el clero potenciaban. La única defensa era el colectivo, el grupo. Dentro de el grupo era posible sobrevivir. Fuera del grupo sólo podía esperarse a la muerte. Por lo tanto, la separación entre grupo e individuo era muy tenue. El estilo de vida era público y lógicamente los hábitos medievales y los aspectos de la vida social eran comunales. Los baños eran comunales, la comida se realizaba en grupo y sin demasiados protocolos jerarquizantes, el dormir y el dormitorio también era una acto comunitario. Elementos tan banales como la silla eran desconocidos como mobiliario de las casas. Las personas se sentaban en taburetes o bancos o se acomodaban el suelo con ayuda de unos cojines. La única silla que había en los palacios medievales era el trono y no era un elemento de confort individual, sino que servía para denotar el estatus de su recipiente. Siegfried  Giedion en su obra «La mecanización toma el mando» nos apunta que la silla, tal y como la entendemos hoy, no fue introducida hasta el año 1490 en el Palazzo Strozzi de Florencia.

El destacar las peculiaridades de los elementos arquitectónicos y decorativos no es una cuestión banal e intrascendente que podamos considerar como una mera anécdota histórica. El historiador John Lukacs en su ensayo  «The Bourgeois Interior», utiliza una metáfora muy acertada para transmitir la importancia del mobiliario en la comprensión de la mentalidad y sociedad del hombre medieval «el mobiliario del interior de las casas apareció al mismo tiempo que el mobiliario del interior de la mente» y dice también «la domesticidad, la intimidad, el confort, el concepto del hogar y de la familia son, literalmente, grandes logros de la Era Burguesa,” no son por lo tanto algo inherente al ser humano.

El historiador Morris Berman siguiendo en la misma línea nos recuerda en «Coming to Our Senses: Body and Spirit in the Hidden History of the West» que en la época medieval, «la gente no estaba demasiado preocupada por el aspecto que mostraban a los demás«. Lo importante era el aspecto o imagen del grupo, no la del individuo. No había una consciencia del yo, tal y como la entendemos modernamente, que provocase una atención hacia uno mismo. La individualidad, la privacidad, la identidad personal eran conceptos muy alejados de la mentalidad del hombre medieval. Otro ejemplo muy significativo es el que nos pone Georges Duby cuando dice: «en la Edad Media, deambular en solitario era un signo de desvarío. Nadie que no estuviera loco o enajenado correría un riesgo de este tipo«.

Insisto en este aspecto, porque lo que es una persona, viene muy determinada por su sociedad, por el entorno en que ha ido tejiendo sus relaciones con sus otras personas. El modo en que cualquier ser humano se ve, se dirige a sí mismo y se relaciona con sus ‘otros’, como diría Norbert Elias, depende totalmente de la estructura de aquel grupo o aquellos grupos a los que hemos aprendido a llamar «nosotros». Y siguiendo con las palabra de N. Elias: «en la praxis social de la Antigüedad clásica, estaba aún fuera de los limites de la imaginable la concepción de un individuo sin grupo, de un ser humano tal como es cuando se le despoja de toda referencia al nosotros.»

En resumen, no es hasta la Italia del renacimiento, en una sociedad que ya había dejado atrás la vida comunal, cuando empezamos a ver la emergencia de una élite, que observa estos usos y costumbres comunales, como algo ‘primitivo’ y el fruto de una época oscura.

Sin privacidad

Aplicando los conceptos utilizados en otros artículos, podríamos indicar que; en un mundo en el que los seres humanos estaban expuestos a la omnipresene amenaza de animales más fuertes, veloces y agiles, un ser humano aislado no tenia posibilidades de subsistir por sus propios medios. Para los seres humanos, al igual que para muchos antropoides, la convivencia en grupos tenia una indispensable función de supervivencia. Lo que caracterizaba a un individuo era su Cultura Exterior y la importancia de la Cultura Interior era mínima o incluso, prácticamene inexistente, en el caso de los Homo neanderthalensis.

Conceptos como privacidad, público, sociedad, individuo, persona, etc fueron surgiendo en la Grecia y Roma clásicas. Con significados e implicaciones diferentes de las que tienen ahora y sin que alterasen profundamente la autoconciencia de esas personas, fundamentada en la superior importancia de la Cultura Exterior respecto de la Cultura Interior. La cultura Griega y Romana mostró el significado e importancia de la Cultura Interior, pero sólo como elemento de vinculación al grupo y a lo público, que era visto como la meta y objetivo final y excelso frente a lo privado y la individualidad que era percivido como algo ‘pobre’ y limitado. Tras la caida de Roma y hasta aproximadamente el año 1.000 la Cultura Interior de las personas vuelve a quedar reducida a su mínima expresión y la identidad de las personas se conveirete de nuevo únicamente en el reflejo de su Cultura Exterior, casi sin matizaciones ni mezclas con la propia Cultura Interior.

Definidas las personas sólo por el envoltorio, pero necesitadas de un sustituto para suplir la ausencia de una Cultura Interior propia, se convirtieron las personas en seres institucionalizados sometidos a los deseos y ordenes de las instituciones, en este caso, la Iglesia Católica y las instituciones feudales.

La persona no era ya el agente autónomo que participa y crea una estructura social, sino que pasó a ser parte indiferenciada de la estructura de esa sociedad. Estaba sometida a la voluntad del entramado institucional jerarquizado de la Iglesia y la Nobleza que se encargaba de dirigirle y determinar que deseos debían ser satisfechos y como.

Era un modelo comunal cerrado donde no había lugar para el diferente, ni para el propio interés personal, ni para la privacidad.

 

Seguirá: 3ª Parte La Relación