El espacio, las fronteras, las costumbres y muy especialmente el idioma, nos limitan y encierran en un espació muy bien definido.
Y en este espacio al que hemos sido arrojados, los muros que lo definen suelen ser grandes, densos y altos. Muy altos. Y dicen que el clima más allá del muro es frío y desapacible. O tórrido y seco. Y la gente orgullosa y distante. Y las culturas e idiomas; incomprensibles.
Esto dicen y esto nos gusta oírlo, porque nos hace pensar que nuestro clima, gente y cultura, es lo mejor que podemos encontrar más allá del muro.
–¿Y no es así?. ¿Crees que somos unos bichos raros?.
No, claro que no. Somos igual que todos. Nuestro muro protector es también su muro protector. Y no hay pueblo que se precie que no tenga su muro protector. No somos raros. Claro que no. Todos tenemos y queremos muro protector. Es más; necesitamos un muro protector que nos defina el espació en el que, por común acuerdo o, por una coacción más o menos encubierta, hemos optado por convivir y crear una serie de normas que nos evite el tener que discutirnos por todas las cosas.
– Cierto. Así hemos vivido y probablemente así viviremos todavía bastantes años. ¿Y ….?
Déjame disgregar un poco más mis ideas; ya acabo.
Hace muchos años, unos 2.100 más o menos, había un rico griego llamado Diógenes que vivía en la ciudad de Enoanda. La ciudad tenía un gran muro que la rodeaba y Diógenes creía que era un espació mal aprovechado. Diógenes, un tipo rico y listo, también era moderno y pensaba:
“ ¡Tanto espacio liso, tanta gente mirándolo y nada que mostrar!”
– Y se inventó el plafón publicitario…
– En cierto modo. Pero su objetivo no era comercial. Diógenes ya era rico, no quería vender nada. No lo acusemos a él, de lo que los directores de marketing han hecho luego en nuestras ciudades. Diógenes pensó que quizás podía utilizar el muro, para transmitir a las personas unas máximas que a él le habían ayudado a ser feliz.
Así que, con la facilidad que da el ser rico, compró todo el muro y lo utilizó para escribir, bueno más bien grabar, las ideas de ese gran filosofo que a él tanto le había ayudado: Epicuro .
El muro tenía una longitud de unos 80 metros, así que espacio había para grabar todas esas máximas y escritos que pensó podrían ayudar a sus conciudadanos a ser más felices. Por ejemplo:
“La muerte es una quimera, pues cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo no”
“Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco”.
“Comamos y bebamos que mañana moriremos”
“¿Quieres ser rico? Pues no te afanes por aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia”
Desde el momento en que Diógenes grabó el muro, su mensaje dejó de ser solo suyo y, pasó a formar parte de todo aquel que fuese a comprar al mercado de Enoanda o que se pasee hoy en día por las ruinas de Enoanda, y esté lo suficientemente ducho en griego clásico como para poder entenderlo.
El muro adquirió entonces una extensión de Diógenes; dejó de ser ese elemento que separaba, para convertirse en un elemento que atraía a las personas y, las unía en un mensaje; era una prolongación de Diógenes y de Epicuro. De hecho, hoy, este muro es lo único que nos queda de Diógenes. Esa piedra es ahora la piel en que grabó sus ideas.
– ¿Se acabó la disgregación?
Casi, un segundo y ya estoy.
Este verano, como siempre, haremos de vacaciones. Haremos, porque la situación de muchos quizás no de para un verbo más activo. Y en estas vacaciones haremos fotos. Con el móvil, con la cámara de fotos, con la de vídeo. Luego, algunas de las fotos las subiremos a Picassa, a Blogger a nuestros blogs a flickr a facebook o a cualquiera de los cientos de servicios on-line que podemos encontrar en Internet.
Colgaremos las fotos en los muros de Internet. En nuestros muros. Por el mero hecho de mostrar nuestras creaciones, los anodinos muros se convertirán en parte de nosotros; serán una piel virtual pero, muy personal, que nos mostrará a los demás y que incluso algunos adoptarán como propia.
Por muy cercanos que tengamos los muros. Con nuestras creaciones nos expandiremos y conectaremos con personas de todo el planeta. Seremos más grandes y libres, e incluso, quizás sin pretender ser Diógenes, haremos más feliz a alguien.
Cuida tus fotos, textos, dibujos y creaciones. Respétalas y quiérelas. Trabájalas pensando que, al igual que tú, son únicas. Y que, aunque tú no lo sepas, eso que subirás a Internet, esa parte de ti, quizás pasará a ser parte de la vida de otra persona.
Y esto es bonito e importante.
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